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CENTENARIO DE FUNDACIÓN DE SAN ANTONIO VILLALONGIN

CENTENARIO DE FUNDACIÓN DE SAN ANTONIO VILLALONGIN


¡Viva San Antonio Villalongín!


Honorables miembros del Cabildo

Distinguidos visitantes

Estimados paisanos:


En el marco de esta Sesión Solemne del Cabildo del Honorable Ayuntamiento del Municipio de Hidalgo, tengo el privilegio y la enorme responsabilidad de abordar la tribuna a nombre de los villalonginenses, a quienes agradezco profundamente la confianza que han depositado en mi para hacerlo, con motivo del Primer Centenario de la Fundación de nuestro querido pueblo de San Antonio, cuya conmemoración nos congrega esta hermosa mañana de primavera.

En esta región, no hay evidencias de que, antes de la llegada de los españoles, haya habido asentamientos indígenas permanentes, pero sí hubo altares llamados cúes o cuitzillos que, por desgracia, se dejaron perder junto con algunos objetos ceremoniales, y para no olvidar que por estos rumbos transitaron los tarascos, en las inmediaciones de esta población existen algunos lugares con los nombres que ellos les dieron, tomando en cuenta determinadas características, y de ese modo Pucuato significa cerro de león, seguramente por los muchos pumas que había; Agostitlán quiere decir lugar donde hay agua amarilla; Patzueni Tacari, es decir Tacario, se traduce como sitio donde abunda el heno, planta ésta que se desarrolla sobre algunos árboles localizados en sitios altamente húmedos, como debió ser allí, porque por lo menos hace cincuenta y cinco años algunos nos desplazábamos al Cerro de Peñas que tenemos enfrente -a cuyo pie se encuentra precisamente Tacario-, para recoger esta planta que también se conoce como barba de viejo, barba española, o pañal de niño, y adornar con ella los pesebres navideños; y finalmente tenemos a Caraceo (actualmente Carázaro), palabra que designa al lugar donde abundan los gusanos, porque seguramente entonces, mucho más que ahora, se reproducían allí en mayor cantidad las mariposas, cuyo maravilloso proceso de transformación empieza con un huevo, pasa a ser oruga o gusano, y luego crisálida, de la que surge la mariposa presumiendo su belleza.

Con la conquista, los españoles llegaron a Ciudad Hidalgo que entonces llevaba el hermoso nombre de Taximaroa, que quiere decir lugar donde se corta la madera, y del que se dice que el creer que significaba lugar de traición, fue motivo para que lo sustituyeran hace precisamente cien años, si bien es cierto que la denominación actual honra al municipio y a su cabecera al llevar el apellido del Padre de la Patria, honra que también alcanza a nuestra Tenencia.

De la conquista, derivó una mezcla racial y una enriquecedora fusión cultural que hizo de lo que hoy es México un país mestizo, haciendo su aportación en ello los españoles asentados en Taximaroa, al distribuirse en la comarca hasta llegar a lo que entonces era Caraceo, paraje que en un momento dado se convirtió en la Hacienda de San Antonio, misma que desapareció en fecha no precisa para convertirse en rancho, quedando aquí los apellidos, lengua, creencias y costumbres de aquellas personas, de las que nosotros orgullosamente descendemos.

Al fundarse el pueblo de El Caracol a fines del siglo diecinueve, todos los rancheros de la región iban a su templo a los servicios religiosos, en medio de mil inconvenientes, sobre todo en la época de lluvias que aquí se precipitan a cántaros. Fueron precisamente esos inconvenientes los que sembraron en el ánimo de la gente el deseo de fundar un pueblo, donde pudieran contar con una iglesia que tuviera un sacerdote de forma permanente.

Don Higinio Boyzo Padilla, nacido por acá en 1880, dejó unos manuscritos donde dice que, en el año de 1903, el sacerdote de El Caracol ofició en el rancho de San Antonio las primeras misas, que fueron muy pocas, y sería hasta que en el año de 1922 llegó a El Caracol el sacerdote José María Vargas Vega cuando, como parte de sus deberes eclesiásticos, empezó a recorrer su jurisdicción, y al darse cuenta de las penurias que los fieles de estos rumbos enfrentaban para poder ir hasta allá a practicar el culto religioso -que siempre ha sido el principal cemento que une a los lugareños, y que debiera ser fuente de buenas y permanentes prácticas de vida-, pidió que se construyese un techo con ramas, donde él celebró misa por primera vez el 24 de diciembre del mismo año 22.

El padre Vargas se enamoró de esta zona y de la naturaleza bondadosa de su gente, según dijo él mismo, pero la cual se hallaba necesitada de apoyo espiritual, toda vez que con frecuencia las parejas no se casaban, numerosos hijos no eran bautizados, y del registro civil muchos ni siquiera sabían de su existencia, además de que para registrarlos había que trasladarse a pie o en bestia ¡hasta Villa Hidalgo! Por eso, aquel buen sacerdote propuso que levantaran un pueblo, idea que emocionó a quienes lo escucharon. Pero, consciente el cura que son las autoridades civiles las facultadas para autorizar la fundación de un pueblo, sugirió a los rancheros que se acercaran al presidente municipal a plantear su deseo de formar uno, lo que así se hizo dando razones fundadas para ello.

Como respuesta, el 18 de mayo de 1923, el presidente municipal que era en ese momento don David Solís, llegó a este sitio acompañado del síndico y regidores, quienes fueron recibidos por 181 personas, lo que resultó sorpresivo para ellos, porque se sabe que pensaban que se presentarían muy pocos rancheros, cuyo sueño les parecía no tener futuro, pero hay que decir en honor a la verdad, que sus suposiciones carecían de desprecio o soberbia. Y ya en asamblea, el alcalde preguntó a los lugareños si querían establecer un pueblo y, a mano alzada y a voz en cuello, de forma unánime le respondieron: ¡sí queremos!, levantándose el acta correspondiente y marcándose simbólicamente el sitio elegido.

De esta manera, con gente oriunda de estos contornos, pero también con personas arraigadas en estos lares, provenientes de otras latitudes -incluso tan lejanas como Querétaro-, que atraídas por el amor a una mujer, porque buscaban mejorar su situación económica o por ambos motivos, se fundó en aquella fecha el pueblo de San Antonio Caraceo con categoría de Encargatura del Orden, mismo que se convirtió en Tenencia el 4 de enero de 1928, por decreto promulgado por el gobernador en turno, general Enrique Ramírez Aviña. Tal decreto determinó que el pueblo se llamara única y exclusivamente San Antonio, perdiendo el apellido Caraceo, y que la tenencia se llame Manuel Villalongín.

¿Pero, quién era ese personaje cuyo nombre le asignaban a nuestra Tenencia?... Manuel Villalongín Navarro nació en la antigua Valladolid y fue compañero de armas de don Miguel Hidalgo y Costilla en la lucha por la independencia, y se asegura que siendo un guerrero valiente y esforzado al que los soldados realistas no habían podido echar el guante, estos urdieron la idea de encarcelar a su esposa, para obligarlo a entregarse o, cuando menos, a que abandonara la lucha. De este modo, la esposa fue llevada a la cárcel que estaba entonces en una esquina que se encuentra junto al actual jardín Villalongín de la ciudad de Morelia.

Ante tal situación, se asegura que, al amparo de una noche, Villalongín se acercó con sus tropas hasta el lado oriente de las goteras de Morelia, para de ahí llegar hasta la cárcel, de la que rescató a su esposa. Y ya en octubre de 1814, fue hecho preso después de una escaramuza con las fuerzas realistas en las inmediaciones de Puruándiro, para ser fusilado en noviembre allá mismo el patriota del que esta Tenencia lleva su nombre, aunque, hay que subrayarlo, la poderosa fuerza de la costumbre ha hecho que tanto al pueblo propiamente dicho como a la tenencia toda, se les llame indistintamente San Antonio Villalongín, ¡y así seguirá siendo!

Al poco tiempo de la reunión fundacional, las autoridades municipales acordaron la nomenclatura de las calles y, con toda justicia, la calle principal de San Antonio lleva el nombre de José María Vargas, quien fue un sencillo, emprendedor, tenaz y laborioso sacerdote nacido en La Troja, del municipio de Pénjamo, Guanajuato, cuyos restos mortales fueron traídos a reposar al punto donde siempre quiso que estuvieran: el templo de este pueblo, enclavado en el macizo montañoso de la Sierra de Mil Cumbres, del que don Luis González y González nacido en San José de Gracia, Michoacán, dijo que este “es uno de los techos más hermosos del mundo”, y vaya que tiene peso lo expresado por un don Luis que recorrió tantos países.

Es propicio el momento para recordar primeramente las palabras de don Miguel de Cervantes Saavedra, puestas en labios del Quijote, quien decía a su escudero: “entre los pecados mayores que los hombres cometen, aunque algunos dicen que es la soberbia, yo digo que es el desagradecimiento”; y a su vez, el gran escritor mexicano Alfonso Reyes, sentenciaba que “Las buenas obras del hombre deben ser objeto de respeto para todos los hombres”. Por eso nosotros, desde aquí, rendimos homenaje con profunda gratitud y respeto al padre Vargas, lo mismo que a las familias que estuvieron representadas quizá en el mismo sitio en que ahora estamos, por los hombres que entusiasmados se reunieron con el presidente municipal, a quien junto con el síndico y regidores de entonces, también les brindamos nuestro reconocimiento por haber venido hasta acá para encabezar aquel acto trascendental, a pesar de que llegar a este punto geográfico era entonces casi una hazaña, ya que sólo se podía transitar a lomo de bestia y a pie.

También reconocemos al presidente municipal, síndica y regidores aquí presentes, por haber aceptado llevar a cabo esta Sesión Solemne, también histórica, y por apoyar nuestros proyectos conmemorativos que solamente nuestras limitaciones económicas impidieron que fueran de mayor envergadura.

En tiempos de la Revolución Mexicana, señoras y señores, esta comarca fue ruta por la que transitaron, sobre todo entre norte y sur, revolucionarios como el general Joaquín Amaro, pero también villistas como fueron José Altamirano Dávalos, Félix Ireta y Baltasar Patiño Suárez, estos últimos tres con campamento en El Real de Otzumatlán. Y durante el período cristero, vino en un recorrido el capitán Vicente Solórzano, quien terminó casado con una joven villalonginense, hecho que sirve como botón de muestra de la belleza de nuestras mujeres.

Con apenas nueve años de edad, el pueblo experimentó acontecimientos ligados a lo que se llamó segunda cristiada, de la que a partir de enero de 1932 fue pieza importante en esta zona Nabor Orozco Alanís, nativo de la cercana comunidad de Chinapa, razón por la que el general Lázaro Cárdenas vino a San Antonio en febrero, como parte de una campaña pacificadora que venía desarrollando, pese a lo cual Nabor y su gavilla asesinaron aquí con disfraz de ejecución sumaria a cuatro hombres ajenos al conflicto, en noviembre de ese año, tres de ellos originarios de estas tierras, y el cuarto de ellos llamado Roberto Ramos Melgoza, quien era un pasante de Derecho nacido en Tanhuato, pero que radicaba en el pueblo al haber casado con mujer de Tacario.

Superadas aquellas etapas tan revueltas, los vecinos de San Antonio continuaron con su vida a ritmo de arado, siembras, escardas, cosechas, guangoches, oloteras, metate, tazcal y molcajete; trozadores, aserraderos, hachas para rebanar pinos, resineras, aromático aguarrás, y colofonia que parece miel sólida a la que se antoja morder; recuas de burros, mulas y machos ahora casi en extinción, conducidas por hombres curtidos por el sol, a las que les soltaban constantemente mentadas y la extremeña palabra acho -que revela la presencia de españoles llegados a esta comarca hace varios siglos, procedentes de Extremadura, que es la región en que nació Hernán Cortés-, mientras recorrían estos suelos de abundante y variada vegetación, que es hogar de aves diversas y animales salvajes que forman parte de la familia común que somos todos, y que por lo mismo merecen tanto respeto como que el que deseamos para nosotros.

En medio del pueblo, nuestros ancestros construyeron con alegría y sacrificios el edificio para albergar la autoridad civil, y el templo donde encuentran paz y refugio las conciencias, bajo la mirada fija del santo patrono San Antonio de Padua, que cada 13 de junio es motivo de fiesta entre aguaceros que nunca faltan, pero que no impiden que estalle nuestra alegría. Y al caer la noche de cada fiesta patronal, siempre se enciende un castillo de fuegos artificiales, cuyo colorido rompía la oscuridad existente hasta antes de haber sido introducida la energía eléctrica, absorbiendo los fuegos pirotécnicos las miradas hasta extinguirse, para luego volver los ojos al firmamento cuajado de estrellas, entre las que sobresale al amanecer el planeta Venus conocido como “estrella de la mañana” o “lucero del alba”, que acompaña a la luna que cuelga sobre la tierra con su sonrisa bonachona en plenilunio, pero que siempre termina por esconderse, para dar paso durante la aurora al canto del gallo y al sol, que recuerdan que las actividades de siempre no esperan.

La muy tranquila rutina de los villalonginenses, se alteró nuevamente cuando tocó esta tierra el movimiento sinarquista, provocando efervescencia. Hasta antes de ese momento, la única ruta para ir a Morelia o Villa Hidalgo -llamado así por nosotros todavía en la década de los años sesenta-, era la brecha abierta por la gente de San Antonio y El Caracol a punta de pico, pala y barrenos, hasta llegar a El Mirador de Mil Cumbres, por donde pasa la carretera México-Morelia-Guadalajara; pero los sinarquistas abrieron el camino San Antonio-Pucuato-La Venta, que décadas después y no sin vencer obstáculos de todo tipo, sería asfaltado, para mejorar significativamente el traslado a la ciudad, lo cual renueva el añejo deseo de pavimentar el tramo San Antonio-El Devanador.

Los procesos de desarrollo, han provocado cambios importantes en nuestro pueblo: prácticamente todas las casas dejaron de ser de costera o adobe, con techos de tejamanil o teja, y las cumbreras son casi sólo un recuerdo; desde 1966, las mujeres empezaron a dejar de lavar la ropa en el río, y los varones y ellas dejaron de bañarse en sus aguas, porque se introdujo la tubería que llevó el vital líquido a los domicilios; desde 1970, los achones de ocote, las velas de cera, sebo y parafina -con sus candeleros-, así como los aparatos de petróleo, las lámparas de bombilla y las Colleman, empezaron a ser desplazados al ser introducida la energía eléctrica en hogares y calles, abriendo un mundo de nuevas posibilidades, como fue iluminar la noche a los niños y adolescentes que, desde entonces, pueden realizar tareas escolares cuando el sol se ha ido, permitiéndoles buscar afanosos la luz del conocimiento, a la que desafortunadamente no todos acceden, perdiendo los enormes beneficios que proporciona. Tan importante es el conocimiento, que se asegura que un célebre pensador, a pesar de estar agonizando, exclamó: ¡quiero más luz! Y es que sabía muy bien que, así como los murciélagos huyen cuando saben que empezará a surgir la luz del sol por el oriente, así los murciélagos de la ignorancia se alejan del cerebro humano al ser iluminado por la luz del conocimiento. Además, aquel moribundo necesitaba luz con urgencia para que lo guiara en su viaje a la eternidad.


Honorable Cabildo

Respetados visitantes

Señoras y señores:


Alfonso Reyes asegura que “el progreso humano no siempre se logra, o sólo se consigue de modo aproximado. Pero ese progreso humano es el ideal a que todos debemos aspirar, como individuos y como pueblos”; y que “se puede haber adelantado en muchas cosas y, sin embargo, no haber alcanzado la verdadera cultura. Así sucede siempre que se olvida la moral”, porque la educación moral ayuda a saber “qué es lo principal”, “qué es lo secundario”, y “qué es lo inútil”.

Lo dicho por don Alfonso, hace inevitable que nos preguntemos: ¿Cómo podemos medir el progreso de nuestro pueblo? ¿acaso por el nivel promedio de la educación de sus habitantes? ¿por el nivel promedio de ingreso económico? ¿por el tipo de sus construcciones? ¿por la forma en que tratamos a nuestros semejantes, empezando por la familia? ¿por la manera en que estamos organizados socialmente? ¿por el modo en que convivimos con la naturaleza? ¿por la forma en que tratamos nuestros desechos? ¿por el trato que damos a nuestra plaza, al templo y al edificio de la jefatura de tenencia, que son símbolos de convivencia, autoridad moral y civil? ¿por la forma en que visten y se alimentan sus habitantes? ¿por el tipo de medios y vías de comunicación con los que contamos?

Esas y muchas otras preguntas podemos hacernos particularmente en este día, al realizar un obligado balance de lo que ha sido y es nuestro pueblo a partir de su fundación, como resultado de las acciones y omisiones de quienes el destino ha querido que su cielo nos brinde su cobijo, sin preguntarnos ni reclamarnos nada, aceptándonos con nuestras virtudes y defectos, aceptando en silencio nuestro alejamiento y hasta el olvido, pero siempre con las puertas abiertas para recibirnos con alegría al volver, a semejanza del padre con el hijo pródigo. Pero justamente el cumpleaños de nuestro pueblo debe servir para que hagamos conciencia de que vivimos en comunidad y que todos debemos contribuir en la medida de nuestras posibilidades, para hacer de éste un lugar mejor para nosotros, pero especialmente para nuestros hijos. El pueblo es la casa de todos y el jardín es equivalente a la sala donde cualquiera puede descansar y convivir un momento, pero también es el rostro del pueblo, que causa una buena o mala impresión en quienes nos visitan, y que por lo mismo debiera ser siempre un espacio agradable y acogedor, si partimos de la idea de que la obra pública, además de ser útil, debe ser bella.

En esta Tenencia, como en toda sociedad humana, es deseable que exista una convivencia armónica, basada en la tolerancia y el respeto a las diferencias, en la que se debe hacer caso a las voces que inviten a la unidad y la concordia, prestando oídos sordos a las que dividen y confrontan, idea ésta que hace recordar a un filósofo español que aseguraba que si nos dejamos invadir por el espíritu de estar siempre contra algo o contra alguien, al extremo de considerar que nuestros vecinos no son nada para nosotros, pero nos encontramos con que tampoco nosotros somos nada para nuestros vecinos, terminaremos no siendo nada ellos ni nosotros. Por eso, podemos llegar al acuerdo de que es fundamental la aceptación y el respeto mutuos, sin renunciar a nuestras diferencias, demostrándonos a nosotros mismos que San Antonio Villalongín es un pueblo chico, pero no un infierno grande.

Alfonso Reyes, a quien regresamos por su claridad de pensamiento, decía que “El hombre debe educarse para el bien”; que el poder apreciar el bien nos coloca en camino de acatar una serie de respetos, como el que anida en el sentimiento de dignidad, que empieza por el respeto a nosotros mismos. También están el respeto a la familia y el respeto a la sociedad de la que formamos parte; el respeto a la patria y el respeto a la especie humana, al tener consideración por los productos del trabajo del hombre, porque atrás de ellos existe “una serie de esfuerzos respetables”.

Al abordar el respeto a la naturaleza, Reyes recordaba a un gran poeta del Renacimiento, quien imaginando que los árboles se pudiesen comunicar con las personas, escuchaba que “al romper [un individuo] la rama de un árbol, el tronco le reclama y le grita: ¿‘Por qué me rompes’?, pasando luego a cuestionar a los que, por puro gusto, “enturbiamos un depósito de agua clara que hay en el campo; o a los que arrancamos ramas de los árboles por sólo ejercitar las fuerzas; o matamos animales sin necesidad y fuera de los casos en que nos sirven de alimento”.

Finalmente, nuestro pensador nos enseña que “El respeto a la verdad es, al mismo tiempo, la más alta cualidad moral y la más alta cualidad intelectual”, asegurando que, si logramos desarrollar o fortalecer estos respetos a los que podemos considerar auténticas virtudes cívicas, “vamos aprendiendo de paso a ser más felices y más sabios”.

Se ha dicho que la etapa de infancia influye poderosamente sobre el destino de una persona, al grado que podríamos decir: recuerda qué infancia tuviste y entenderás lo que eres como adulto. Por eso, permítaseme establecer la semejanza con el nacimiento de un pueblo y su época infantil, que es precisamente la que dibuja los rasgos de su fase adulta que, en el caso de San Antonio Villalongín, a sus cien años de edad, se muestra con un carácter, una personalidad y un temperamento bien definidos, semejantes a los de otros poblados serranos, pero con indiscutibles particularidades, no dejando pasar por alto que su gente lleva en sus alforjas: calidez, laboriosidad, honradez, sinceridad, y un gran corazón que siempre lleva en la mano, además de poseer un especial sentido del humor provocador de la risa, que es la flor de la alegría, y ésta es, a su vez, un destello de la felicidad. Pero esas cualidades, además de servir para atemperar los defectos, deben ser instrumentos eficaces para sacar provecho del reto que significan los incesantes procesos de cambio que el mundo plantea, lo que se debe traducir en una adaptación rápida a las circunstancias, procurando mejorar las condiciones materiales e intelectuales del pueblo y los habitantes de la Tenencia, basados en una mejor organización.


Distinguida concurrencia:


Este es un día tan extraordinariamente especial para los villalonginenses, que no hallamos palabras suficientes y precisas para manifestar las emociones que bullen enérgicas dentro de nuestros pechos. Pero, agradecidos como somos los bien nacidos, expresamos nuestro eterno agradecimiento -que esperó pichicatamente cien años para aflorar de esta manera- a todos aquellos que, de la mano del padre José María Vargas Vega, haciendo esfuerzos excepcionales que nosotros no alcanzamos a medir cabalmente, fundaron el pueblo de San Antonio en una fecha como ésta, sobre la mediana loma chata y alargada en la que estamos, en muy rara coincidencia con la loma chata y alargada -eso significa Guayangareo- donde se fundó Valladolid, hoy Morelia, también un 18 de mayo, pero 382 años antes. Por alguna razón que los filósofos llaman accidente, la misteriosa mano del destino quiso ligar así estos dos acontecimientos que, como piezas de un gran rompecabezas, forman parte proporcional de un todo que se llama historia de México.

El sitio, cuidadosamente escogido por el padre Vargas para fundar este pueblo, nos hace recordar al brillante escritor hidalguense Ricardo Garibay, cuando al describir cierto lugar serrano de México, pareciera que hablaba de nuestro San Antonio Villalongín: tiene aroma “a la resina del ocote, que es el perfume de los bosques de tierra fría y [al] fresco carbón humeante en las hornillas del brasero”. Y precisamente en un lugar así, se levantó modesta y digna nuestra población, escoltada por dos riachuelos cuyas aguas entonan durante su recorrido un canto interminable y acompasado, que se transforma en estruendo durante las crecidas provocadas por los aguaceros. Además, el pueblo está rodeado por un mar de pinos, algunos de los cuales parecen tocar el cielo, con el Cerro de Peñas como permanente y mudo centinela que se yergue por el oriente, donde todavía anidan y vuelan silenciosamente las coas, presumiendo su plumaje con los tres colores que parecieran haber inspirado el diseño de nuestra bandera nacional, y que es el ave que junto con un pino y un río, han sido seleccionados para representar la naturaleza boscosa de estos parajes, estampándolos por eso en el escudo que desde hoy simboliza a esta Tenencia, en el que no podían faltar el padre Vargas, por haber sido el motor de la fundación de San Antonio, y el insurgente Villalongín porque el Congreso del Estado decretó acertadamente que la Tenencia lleve su nombre, aunque algunos pensamos que lo deseable hubiera sido que la cabecera quedara con la irrepetible designación de San Antonio Caraceo que durante una época llevó, pero aceptando que eso ha quedado guardado para siempre en el baúl de la historia.

Si bien es cierto que a la calle principal de esta población se le aplicó el nombre del padre Vargas, para que su nombre quedara vivo en la memoria colectiva de quienes aquí hemos nacido o vivido, y de quienes en el futuro nazcan o decidan avecindarse en estos rumbos, también es verdad que hemos esperado cien años para realizar este acto inaplazable que quedará registrado en los anales de la crónica municipal, mediante el cual se reconoce en su justa dimensión la labor del aquel sacerdote y de los 181 fundadores, para lo cual más pronto que tarde habremos de levantar en la parte central de esta plaza un monumento digno dedicado a todos ellos, y con el apoyo del ayuntamiento también colocaremos en sus pedestales los bustos de bronce del padre José María Vargas Vega y de Manuel Villalongín Navarro, adaptando a nuestra circunstancia lo expresado por don Benito Juárez cuando sentenciaba que los mexicanos no debían esperar que otro país hiciera por México, lo que solamente a los mexicanos correspondía hacer. De igual manera, los villalonginenses nunca debemos esperar que otros hagan por nuestra comunidad, lo que nos corresponde hacer a nosotros.


Señoras y señores:


Al venir a mi memoria ciertas palabras del destacado guerrerense Elisur Arteaga, no puedo evitar hacerlas mías ante la evidencia de que he hablado más con el corazón que con el cerebro. Ello se debe al amor que le profeso a este mi pueblo natal y que es muy superior a los rescoldos pesarosos que pudiera haber, motivo por el que espero sean indulgentes conmigo. Y es que Elisur asegura, y yo con él, que, “como se sabe, nadie ha sido capaz, cuando menos hasta ahora, de poner bozal al corazón cuando se quiere expresar lo que se siente”.

Con mucha satisfacción, los villalonginenses, gratamente acompañados de nuestras autoridades civiles, militares y amigos, estamos cumpliendo con el sagrado deber de reverenciar a los fundadores de San Antonio, cuyos restos mortales hechos polvo reposan para siempre bajo el peso de la tierra de sus sepulcros tal vez ya perdidos, y en el silencio y soledad más profundos, pero gozando de paz eterna al ser ajenos ya a las miserias humanas. ¡Amadísimos abuelos: salid tan sólo un instante de vuestras tumbas para pasar lista de presentes en este momento supremo, y levantad nuevamente vuestras callosas manos en esta asamblea, repitiendo las mismas palabras que pronunciaron hace un siglo: ¡sí queremos fundar un pueblo! A nosotros, nos corresponderá encargarnos de que la niebla del tiempo y la desmemoria no cubran jamás de olvido vuestros nombres, por siempre grabados en nuestros corazones.

Antes de que caiga el telón de mi participación, con la solemnidad que demanda un acto como éste, solicito respetuosamente a los presentes que nos pongamos un momento de pie para, juntos con la naturaleza que se levanta al mismo tiempo que nosotros, elevar nuestras voces para decir al padre José María Vargas Vega y los 181 fundadores de San Antonio: ¡Muchas gracias por heredarnos este maravilloso pueblo que ha sido, es y será fuente de muchas y fecundas existencias! Estamos seguros que el eco de nuestro grito retumbará por toda la comarca, repitiendo igualmente emocionado: ¡Vivan los fundadores de San Antonio Villalongín! ¡Viva San Antonio Villalongín! ¡Viva San Antonio Villalongín!

Muchas gracias.


San Antonio Villalongín, Michoacán de Ocampo, a 18 de mayo de 2023.

Lic. José de Jesús Suárez Soto


Lic. José Jesús Suárez, originario de San Antonio Villalongín.








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